VIAJE A LA EDAD DE PIEDRA
Relato corto seleccionado en el Festival Literario Cuentamontes 2014.
(Narración de un hecho real)
El sonido de las aspas era cada vez más ensordecedor y la inestabilidad generada en la en la aeronave causada por la falta de densidad en el aire, hacia que los movimientos fueran cada vez más de bruscos.
Aquel helicóptero no paraba de tambalearse y los esfuerzos que tanto mi compañero Juan como yo hacíamos por aferrarnos a aquel destartalado asiento, eran cada vez más inútiles.
Deberíamos rondar los 4.000 metros de altitud y cada vez volábamos más cercanos a las imponentes paredes que formaban aquel estrecho valle. Parecía que estrellarnos iba a ser tan solo cuestión de tiempo cuando de
repente, el copiloto giró su cuerpo, apartó de su rostro la mascarilla de oxigenó y con el máximo volumen que daba su voz nos gritó algo que aun si cabía, terminó de aterrorizarnos; – El helicóptero no va a poder aterrizar en el campo base por falta de estabilidad, con lo que el piloto tratará de acercarse lo máximo posible al suelo para que podáis saltar en marcha.
No dio más explicaciones, con la misma volvió a subirse la mascarilla de oxigeno y se giró nuevamente para recobrar los mandos del aparato.
Mi mente empezó a hacer un pequeño viaje al pasado para intentar recordar como habíamos llegado hasta ahí:
Desde hacía años mi amigo Juan y yo, andábamos embarcados en el proyecto de las 7 Cumbres, donde tratábamos de ascender la montaña más alta de cada Continente. En aquella ocasión decidimos ir a la Pirámide de Carstensz, el techo del Continente Oceánico y situada en mitad isla de Papua. En medio de una de las más inaccesibles e inhóspitas selvas del planeta se hallaba nuestro propósito, un imponente muro de caliza que se alzaba altivo e imponente hasta los 4884 metros de altitud.
Franky, nuestro contacto local, había realizado todas las gestiones oportunas para que pudiéramos estar ahí. Cualquier tipo de sobornos o trapicheo era su especialidad y lo del helicóptero no fue menos. La noche
anterior se reunió con nosotros, con rostro serio nos comentó que en esos momentos había una expedición de Norteamericanos en el Campo Base de la Pirámide y que había solicitado ser rescatados en helicóptero.
Nos recomendaba aprovechar que el helicóptero iba a subir vacío hacia el Campo Base, para montar en el y conseguir así llegar hasta el pie de la montaña. En un primer momento no nos pareció muy buena idea dado que estábamos muy ilusionados con ascender haciendo el treking de seis días que atravesaba la selva hasta llegar a la base de la Pirámide de Carstensz.
Franky fue muy explicito en su respuesta; -La mayoría de la gente que intenta escalar Carstensz no lo consigue por lo duro que es la ruta de aproximación por la selva. La mejor opción es que os aseguréis la cumbre subiendo en helicóptero y luego podréis hacer caminando el descenso hasta la civilización.
Viéndolo así optamos por su propuesta.
El copiloto realizó un gesto alzando la mano y señaló hacia delante, al final de valle conseguíamos vislumbrar la silueta inconfundible de la Pirámide.
Un gran escalofrió recorrió mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Juan y yo nos miramos emocionados.
Parecía mentira que después de tantos meses de preparativos pudiéramos estar allí, aunque poco nos duró aquel bello momento ya que para entonces la inestabilidad del aparato apenas daba un respiro. Una fuerte turbulencia nos devolvió de nuevo a los asientos.
Pronto vimos las 3 tiendas a pie del lago corroborando que habíamos llegado al Campo Base. Los Norteamericanos empezaron a hacer gestos desde tierra y el piloto, haciendo alarde de su pericia hizo un brusco giro aproximándose a la zona más plana que se intuía por los alrededores.
El aparato se tambaleaba tanto que era imposible encontrar el momento oportuno para saltar. Desde su asiento con un golpe seco, el copiloto abrió la puerta corredera de la parte trasera del helicóptero y nos gesticuló bruscamente con el brazo para que saltáramos. Juan saltó primero y yo me afané en intentar tirar todo nuestro material por la puerta. Para cuando llegó mi momento de bajar, los Norteamericanos ya estaban lanzando sus mochilas al interior del helicóptero. Una repentina ráfaga de viendo hizo que el patín de helicóptero impactará contra el suelo, el impacto fue tan brusco que perdí el equilibrio y caí en suelo el interior de la aeronave, me di cuenta de que tenia que salir de ahí cuanto antes y gateando por el suelo me aproximé hasta la puerta mientras intentaba esquivar las mochilas que los Norteamericanos seguían lanzando al interior. Cuando llegué al borde salte a la par que los otros expedicionarios se introducían dentro. Conseguí gatear unos siete metros hasta una zona de piedras donde se encontraba juan, me tumbé boca abajo junto a el y nos tapamos la cabeza con los brazos ante la lluvia de pequeñas piedras que las aspas
estaban levantando. Segundos después el fuerte olor a queroseno y el cada vez más fuerte sonido del motor, nos mostró los esfuerzos del piloto por levantar nuevamente la nave. Apenas había alcanzado un metro de altura cuando un giro a izquierdas lo aproximó hacia el barranco donde retomó el vuelo, poco después lo vimos alejarse por aquel agosto valle.
Juan y yo nos incorporamos para celebrar aquella angustiosa victoria, pero tan pronto nos levantamos, la altitud se encargó de darnos la bienvenida y recordarnos que habíamos realizado la imprudencia de subir hasta los 4.300 metros de altitud sin ningún tipo de aclimatación. Tuvimos que volver a sentarnos ante el riesgo de desplomarnos.
Poco después se acercaron Romy y Ráimon, el guía y cocinero que tenían los Norteamericanos y que a partir de ese instante, pasaban a formar parte de nuestra expedición.
Después de las correspondientes presentaciones, nos pusieron al tanto de la situación: Los 10 porteadores indígenas que se encontraban allí iban a ser los encargados de desmontar el campamento base y bajar todo el equipo durante los 6 días que nos distaban de la civilización más cercana. Al parecer, tendrían que haber bajado a sus aldeas hace ya una semana, que era el tiempo que los Norteamericanos llevaban esperando a que el helicóptero viniera a rescatarlos. Franky había retrasado la salida del helicóptero para que nosotros pudiéramos aprovecharlo y eso se resumía en que los porteadores llevaban más de una semana esperándonos. Tantos días de espera había mermado ya la paciencia de aquellos porteadores y el ambiente andaba un poco turbio. Romy llegó a sugerirnos atacar ese mismo día a la cima, lo cual nos pareció descabellado dado que hacía menos de una hora que estábamos a nivel del mar y ya el mantenernos en pie en ese estado era un autentico logro. No nos quedó otra que acceder a la presiones y pospusimos el ataque a cumbre para la mañana siguiente. Aprovechamos la tarde para caminar por los alrededores del campamento y en medida de lo posible intentar adaptarnos un poco a la altura.
Fue aquella tarde cuando conocimos por primera vez a nuestros porteadores Dani. Nada de lo que habíamos leído y visto en fotografías sobre ellos había exagerado, eran gente realmente primitiva. Tanto, que fue la ultima tribu en el planeta donde se corroboraron practicas de canibalismo y no hacía muchos años de aquello. Sus facciones eran más cercanas a un primate que a la de un hombre occidental. Su frondosas barbas, su pieles ásperas y oscuras sumado a sus imponentes rasgos, intimidaban. Era sorprendente que todos fueran descalzos por un terreno tan abrupto y escarpado como el que nos encontrábamos.
Nos presentamos de la manera más amigablemente que se nos ocurrió en ese momento e intentamos romper el hielo con alguna sonrisa forzada. Ninguno nos devolvió aquella sonrisa.
Hérman, el jefe del grupo nos extendió la mano y en un ingles muy difícil de entender, intuimos su pregunta.
Quería saber si al día siguiente atacaríamos a la cumbre. Así constatamos las ganas que tenían de comenzar cuanto antes el retorno a sus aldeas. Después de asentir, pudimos intuir alguna que otra leve sonrisa.
Hérman parecía el más amigable y era el único que hablaba algo de ingles, el resto se limitaba a hablar en dialecto de su tribu. Nos despedimos y cada uno de nosotros continuó con su camino, ellos se perdieron en la lejanía del valle y nosotros regresamos al Campo Base.
La Pirámide de Carstenz es durante muchos años había sido una de las más difíciles montañas de las 7 Cumbres. No por su dificultad técnica, sino por la compleja logística que implica el conseguir llegar hasta su base.
Dos importantes tribus viven por las zonas cercanas a la montaña, los Danis y los Monis. Ambas tribus estuvieron enfrentadas entre si y durante años unos y otros estuvieron ajusticiándose con piedras, machetes, lanzas y flechas. Afortunadamente en esos tiempos ambas tribus vivían en paz, lo que nos convertiría en los primeros escaladores que durante muchos años merodeaban la zona.
Apenas pudimos pegar ojo aquella noche, la incesante lluvia no paró de caer y pensábamos en lo suicida que sería intentar escalar los 500 metros de pared en esas condiciones.
Romy llamó a nuestra tienda y sus palabras fueron poco alentadoras; -Tendemos que escalar así o de lo contario no tendremos porteadores mañana. Solo tenemos un intento y es este.
Jamás habría escalado en esas condiciones pero aquella situación era muy distinta, sin porteadores, nos iba a ser imposible encontrar el camino de descenso por la selva, con lo que no tuvimos otra alternativa.
Fueron más de 5 horas de escalada entre torrentes de agua, con una visibilidad prácticamente nula y colgándonos de unas cuerdas fijas de las que jamás me hubiera atrevido ni si quiera a tender mi colada.
Imagino que en aquel viaje la mala suerte tenía que darnos un respiro, y este se produjo en el momento en que Juan y yo llegamos a los 4.884 metros del techo de Oceanía.
Aquellos momentos fueron realmente emotivos, de esos que cuesta trabajo poder describir. Recuerdo que en la cima, la lluvia ceso durante unos minutos y fue ahí donde pude sacar el teléfono satélite y llamar a casa.
En España eran las 3 de la madrugada, mi padre cogió la llamada y sin un previo saludo pregunto; – ¿Ya estas en la cumbre?. Fue muy difícil responderle sin disimular la emoción y entre sollozos le respondí.
Pocas llamadas en mi vida me han dejado tan marcadas como aquella, pero de nuevo la lluvia nos recordó que había llegado el momento de descender.
12 horas después de nuestra partida conseguíamos llegar de nuevo al Campo Base, allí nos esperaban Ráimon y varios de los porteadores para darnos la enhorabuena. Nuestra ropas estaban totalmente empapadas y el frio nos había calado hasta los huesos. Pero parecía que eso no fuera muy importante.
Uno de los porteadores habló con nuestro guía Romy, que era el único que entendía su dialecto. Muy a nuestro pesar tendíamos que recoger el campamento y comenzar el descenso aquel mismo día. Cuando nos lo dijeron apenas pudimos creerlo, pero parecía que la opción no era negociable y empapados en agua y resignación comimos algo y empezamos a recoger.
Una hora más tarde descalzos y sin apenar ropa, llegaron el resto de porteadores. Empezaron a rodear la carpa donde estábamos amontonando el material. Hérman cogió una primitiva balanza y comenzó a distribuir las cargas. 20 kilos cargaría cada porteador sobre sus cabezas, algunos llevaban una especie de cesta de tela que tras apoyarla en su frente posaban en su espalda, otros directamente subían la correspondiente carga sobre cabeza. Ya podía ser una mochila o bien un generador eléctrico, tan pronto cogían su carga empezaban a andar uno tras otro entre la niebla. Nosotros no quisimos demorar mucho ya que parecía que allí nadie fuera a esperar a nadie, con lo que emprendimos camino siguiendo la distanciada
fina de porteadores.
Cinco horas más tarde y sin apenas haber parado a tomar un mínimo respiro, llegamos al lugar donde emplazaríamos el primer campamento de nuestra ruta de descenso.
Había sido un camino muy duro por unas escarpadas laderas llenas de piedras, barro. El rastro del camino se
limitaba a las marcas de pisadas que dejaban tras de si los porteadores que nos precedían. Ni una marca, ni una señal, ni el más mínimo vestigio hacía presumir por donde podía seguir el camino.
Llegamos exhaustos, había sido un día muy largo desde que partimos hacia la cima y nuestras ropas estaban empapadas en el barro que protagonizó prácticamente toda la ruta de descenso. Aquella noche poco nos
importó y caímos desplomados con el tiempo justo para meternos dentro del saco de dormir. Romy y Raimon plantaron su tienda próxima a la nuestra y los diez porteadores, apenas se protegieron haciendo un
improvisado y destartalado porche con unos troncos y un enorme trozo de plástico. Sin saco de dormir, sin apenas ropa, sin calzado. Tan solo al calor de una hoguera en el centro de aquella chabola que apenas evacuaba el humo, amontonados unos sobre otros comenzaron a recitar unos extraños cantos a coro hasta que el sueño les envolvió.
A la mañana siguiente el sol relucía en todo su esplendor, el barullo de los porteadores al otro lado de la tela de la tienda nos hizo despertar. Apenas salimos, pudimos ver que Hérman estaba nuevamente con su arcaica balanza repartiendo las cargas:
-“Bápamplas”, era la única palabra que oíamos repetir una y otra vez, lo que confirmaba que aquel porteador ya tenia sus correspondientes 20 kg de carga y podía comenzar a caminar. Raimon tenia un poco de té caliente y algunas galletas de las que no pudimos disfrutar muy relajadamente. Un porteador ya estaba desmontando nuestra tienda y cargándola a la espera de que Hérman le confirmara el “bápamplas” y pudiera
empezar a caminar. Quedaban varios días por delante y aquella gente tenia realmente prisa por concluir con nuestra expedición y llegar a sus aldeas cuanto antes.
Tan pronto nos pusimos nuestras mochilas, comenzamos a seguir las huellas de los porteadores. El porteador que nos precedía iba tan lejos que apenas intuíamos el camino que había elegido, pero poco nos importó.
Las planicies extensas y fangosas por las que empezamos a caminar aquel día daban un sinfín de alternativas. A los pocos minutos de nuestra partida el barro ya nos llegaba por las rodillas. Aquella vegetación de escasa altura sumada a la buena visibilidad de aquella mañana hacía que de una mirada al frente podíamos diferenciar la espaciosa fila de porteadores y mientras que al primero de ellos se le intuía muy en la lejanía, Juan y yo nos afanábamos por alcanzar el ritmo del porteador más cercano a nosotros.
Este más que andar, parecía que huyera de nuestra presencia pese a llevar sobre su cabeza un pesado generador eléctrico.
Durante el trayecto, intuimos como algunos de los porteadores desplomaban repentinamente sus cargas en el
suelo y salían corriendo. Desde la lejanía no conseguimos adivinar el motivo exacto de esta maniobra hasta que tras 8 horas de caminata y una vez más empapados en barro, conseguimos llegar al campamento. Allí
los porteadores comenzaron a mostrar los trofeos de caza que habían capturado durante el camino. Unas ratas de más de 5kg serían el festín de la cena de aquella noche.
Después de emplazar nuestras tiendas, nos reunimos con Raimon y Romy bajo el plástico que era la carpa comedor. La cena fue muy escasa y aprovecharon el momento para notificarnos la falta de comida que teníamos para los próximos días, nuestra preocupación se hizo latente y cuando estábamos racionalizando lo poco que nos quedaba, se acercó Urbanus.
Si hay en el mundo una rostro amigable que inspire tranquilidad y alegría, desde luego no era el de Urbanus.
Aquel porteador empuñaba un machete de aproximadamente un metro y no tardo en empezar a bocear a nuestro guía Romy. Nos era imposible descifrar que le decía, pero sus palabra no parecía muy amigables.
Otro de los porteadores se introdujo bajo la carpa y de una forma más serena comenzó a hablar. En pocos minutos en la entrada de la carpa estaban casi todos los porteadores. Urbanus seguía gritando a la vez que aireaba el machete de un lado a otro. Desconocíamos totalmente sus intenciones pero ese machete no generaba ningún tipo de confianza y en cuanto encontramos un pequeño hueco de para poder escapar de la
carpa disimuladamente, salimos y nos alejamos de la zona. Romy y Raimon estuvieron discutiendo durante cerca de una hora hasta conseguir apaciguar los ánimos. Cuando el ambiente estuvo medianamente calmando se acercaron a nosotros para ponernos al tanto.
Los porteadores estaban muy enfadados por que iban a llegar a sus aldeas con varios días de retraso y exigían un aumento de sus compensaciones económicas. Si había algo que todos teníamos claro es que con esta gente no se podía razonar y menos aun cuando lleva un machete en su mano. Urbanus había exigido aquel aumento de salario y decía que si no lo aprobaban, al día siguiente cuando despertáramos ningún porteador estaría allí y tendríamos que seguir el camino sin ellos, arrastrando los cerca de 200kg de equipo que teníamos entre material de escalada, tiendas, equipo personal y la poca comida que nos quedaba.
Aprovechó la ocasión para presionar igualmente a sus compañeros, a quienes amenazó con cortarles la mano si alguno de ellos cogía alguna de nuestras mochilas sin que tuvieran confirmado el aumento de salario exigido.
No parecía fanfarronear, pero una llamada a Franky través del teléfono satélite y después de una larga discusión parece que llegaron a un acuerdo. Aquella noche apenas pegamos ojo, desconocíamos cuantas sorpresas más nos esperaban hasta llegar a la civilización.
A la mañana siguiente nos despertamos, recogimos el campamento y con un mísero té en el estomago, comenzamos a bajar. Esta vez Romy, Ráimon, Juan y yo salimos con el primer porteador mientras el resto recogía lo que quedaba en el campamento.
Aquel día empezamos a adentramos en la espesa selva sin olvidarnos de nuestro fiel compañero, el barro.
Llevábamos poco menos de una hora caminado cuando de repente comenzamos a escuchar gritos que provenían de nuestro anterior campamento. En un principio pensamos que se trataba de una escandalosa
manera más de las que nuestros porteadores se expresaban, pero hubo un frase desde la lejanía que hizo que Romy se detuviera repentinamente. Raimon, Juan y yo nos detuvimos, no habíamos terminado de preguntar
que sucedía cuando uno de los porteadores se puso a nuestra altura. Muy agitado por la carrera que se acababa de pegar hasta llegar a nuestra posición comenzó a hablar con Romy, que no tardó en sentarse en el suelo y echarse las manos a la cabeza, Raimon tiró su mochila al suelo con una imponente cara de preocupación, intuimos que lo que fuera que pasara, se trataba de algo muy grave.
Raimon nos tradujo ante nuestra atónita mirada de incertidumbre; – Uno de nuestros porteadores se esta muriendo.
En un principio nos pareció algo muy difícil de creer, pero al parecer ese era el menor de los problemas.
Ráimon continuó; -De los 10 porteadores que van con nosotros 9 de ellos pertenecen a la tribu de los Monis
y el restanante, pertenece a los Danis. Estas son las tribus que hasta el año pasado estuvieron en guerra.
Muchos de ellos habían muerto en estas salvajes y cruentas batallas entre tribus rivales, hasta que hacía poco menos de un año ambas acordaron la paz. Lo preocupante de todo es que el porteador que podría morir, era el único de todos que pertenecía a la tribu de los Danis. En el caso de que este porteador muera aquí, tendremos un grave problema. Si lleguemos a la civilización sin el, los miembros de su tribu pensaran que lo hemos matado en la selva en venganza por los conflictos del pasado y con total seguridad nos maten a todos nosotros.
Raimon iba narrando la exposición de lo hechos mientras nosotros, cada vez más desencajados, empezábamos a ser conscientes de lo surrealista que podía llegar a ser el desenlace de aquella expedición.
Ráimon añadió; -En una ocasión hace años pasó algo similar y a las personas que injustamente declararon culpables, les cortaron la cabeza y a modo de trofeo, para demostrar su tajante forma de hacer justicia, dejaron sus cabezas expuestas en la plaza de la aldea para que todo el mundo pudiera ser consecuente.
Por un momento dentro de mi gran preocupación, pensé que todo ello se trataba de una exageración y que las cosas no podrían ser tan complicadas. Mi tensa tranquilidad se desplomó cuando Urbanus se puso a nuestra altura. Aquel hombre que la noche anterior nos amenazaba entre gritos con un machete en la mano venia llorando. Si aquella gente les caracterizaba algo, no era precisamente el sentimentalismo. Por lo que pronto deducimos que no lloraba por su compañero sino porque conocía el final que le esperaba si llegaba a la aldea sin su compañero. Ahí fue cuando realmente nuestro corazón dio un vuelco y nos quedamos realmente pálidos. Repentinamente acabábamos de convertirnos en los protagonistas de una película de terror.
Los porteadores fueron llegando uno tras otro hasta nuestro punto compartiendo la misma cara de preocupación.
Decidimos llamar a Franky con el teléfono satélite para exponerle el tema. Estábamos seguros de que con lo trapicheante que el era, nos daría alguna solución.
Sus palabras no fueron nada alentadoras, todo lo que Raimon nos había contado era cierto, nuestra situación era critica. Sugerimos que nos sacaran allí en helicóptero, pero no tardó en notificarnos que los todos pilotos de la zona pertenecían a la tribu Dani. Ante la falta de soluciones, nos dijo que rezaría por nosotros antes de que la llamada se cortara, como si sur oraciones fueran a ser un consuelo para nosotros.
Acto seguido llegaron tres porteadores más cargando con una improvisada camilla de palos donde traían a Dániel, el porteador enfermo. Le traían envuelto en una lona de plástico con lo que en un principio
pensamos que ya estaba muerto. Sin embargo al posar la improvisada camilla en el suelo junto a nosotros, vimos como el plastico se movía.
Todos los porteadores nos rodearon aglomerándose entre sollozos y caras de preocupación.
Tanto juan como yo realizábamos un voluntariado como sanitarios en el grupo de rescate en montaña de la Cruz Roja y con una mirada nos dijimos todo.
Resultaba extraño pensar que en nuestras manos podíamos tener no solo la posibilidad de salvar la vida de aquel porteador, sino que indirectamente también salvar las nuestras.
Preguntamos al jefe de porteadores si nos daba permiso para tocarle. Hérman no lo dudo ni un segundo y entre dos de ellos descubrieron el plástico que le cubría. Dániel estaba muy pálido y tenia una fiebre muy
alta. Su cuerpo intercalaba las convulsiones con en incesante tiriteo y balbuceaba un continuo y agónico silbido por la boca.
Mientas Juan abría su mochila y sacaba el botiquín yo quitaba la bolsa camelbag de la mía, en pocos minutos preparamos un brebaje con todo lo que se nos iba ocurriendo que podría beneficiarle en su estado:
Suero, Glucosa, ibuprofeno, paracetamol y antibiótico. El resultado fue un liquido anaranjado que le obligamos a beber a través de la goma del camelbag.
El resto de porteadores nos miraban con verdadera cara de preocupación, con lo que fin de disolver el tumulto de gente que estaba alrededor de Dániel, les animamos a que fueran montando el campamento, labor a la que accedieron muy amablemente.
Aquel día apenas avanzamos un par de kilómetros, pero nuestras prioridades habían cambiando radicalmente.
Una vez montado el campamento, introdujimos a Dániel en la tienda de Romy y Raimon y le tapamos con uno de nuestros sacos de dormir. Para entonces ya había dejado de tiritar y convulsionar.
El resto de porteadores montó su característico porche con palos y cubierto con aquel enorme plástico e hicieron una gran hoguera para calentarse. Nosotros fuimos haciendo guardia y vigilando el estado de Dániel cada media hora. Cada vez que entrabamos en la tienda, le obligábamos a beber de aquel brebaje que le abrimos preparado.
Se trataba de gente realmente fuerte, todos habían sobrevivido sin probar ningún tipo de medicina química occidental, con lo que los resultados que esta hicieron en su organismo fueron mucho más rápidos y al caer la noche empezamos a notar cierta mejoría en el.
A ultima hora del día aparecieron por ahí tres cazadores que andaban por la zona y se habían acercado al ver el humo. Llevaban con ellos un equidna, una especie de puerco espín de unos 20kg con un alargado pico en su boca. Aquella inesperada visita fue motivo de celebración y los porteadores, mucho más amigables que los días anteriores, nos invitaron a cenar en su carpa.
Apenas se podía respirar con la humareda que había en el interior y nuestros ojos no pararon de llorar durante toda nuestra estancia a causa del humo. A machetazos fueron quitando las púas de aquel animal hasta dejarlo completamente sin piel. Acto seguido lo depositaron directamente sobre las brasas.
Aquella noche Romy y Ráimon solo pudieron ofrecernos un poco de arroz para cenar, con lo que a pesar de las escasas medidas sanitarias con la que estaban preparando aquel equidna y lo poco apetecible que se vaía terminamos por comer algunos de los trozos que nos ofrecieron.
A la mañana siguiente Dániel se encontraba bastante mejor y con la ayuda de los cazadores que llegaron la tarde anterior, continuamos el camino de descenso. La mañana estaba lluviosa y con el transcurso del día la esta fue cayendo con mayor intensidad.
Aquel día fue el más duro, apenas paramos en las más de nueve horas que estuvimos caminado por la selva.
Fueron varios los ríos que durante aquella jornada nos tocó vadear, algunos cubrían poco, pero en la mayoría de ellos el agua nos llegaba por la cintura. La vegetación era tan frondosa que la luz del sol apenas penetraba entre los enormes arboles y la incesante lluvia goteaba con intensidad entre aquellas enormes hojas.
Empapados, exhaustos y sin haber comido nada en todo el día, conseguimos llegar al campamento. La cena se limitó a un puñado de arroz que comimos refugiándonos bajo un trozo de plástico. Los porteadores fueron
llegando progresivamente. Dániel llegó de los últimos, pero nos alegró ver que su aspecto habia mejorado ligeramente. Tan solo queríamos localizar nuestra tienda, ropa y sacos de dormir para intentar acomodarnos
cuanto antes. Pero localizarlo no hizo más de desplomar la poca moral que nos quedaba. Absolutamente todo nuestro material venia distribuido entre las cargas de varios de los porteadores. Para conseguir eso, habían tenido que abrir nuestras mochilas estancas y distribuir el material entre las cestas de varios de los porteadores y esto implicaba que todo nuestro material llevaba más de 9 horas paseando bajo la incesante lluvia.
Había cosas mojadas, cosas empapadas y en el peor de los casos, como por ejemplo nuestros sacos, chorreando. Con más frio que indignación nos fuimos a intentar dormir un poco a nuestra tienda.
A la mañana siguiente, con un día soleado y sin desayunar conseguíamos llegar a Timíca, la primera aldea que veíamos en nuestro camino. Dániel entró por su propio pie en la aldea dando así por concluido nuestro
compromiso mutuo, no hubo palabras de agradecimiento por su parte, aunque nosotros si nos sentimos agradecidos por haber conseguido llevarle con vida. El resto de porteadores fue desapareciendo en la aldea buscando el reunirse con sus familia. Romy y Ráimon nos acompañaron durante un día más hasta una aldea cercana donde se encontraba una pequeña planicie que utilizaban como pista de aterrizaje para las avionetas.
Aquel mismo día conseguíamos salir de la selva en una pequeña avioneta que nos devolvió nuevamente al mundo real.