La montaña de cristal
1º PREMIO DE LITERATURA DEL FESTIVAL CUENTAMONTES 2018
“Basado en un hecho real”
Si hiciera un ranking con todos los destinos donde siempre soñé con viajar, aquel lugar siempre mantendría el privilegiado primer puesto. Se trataba de un lugar tan especial, tan mágico y tan difícil de poder alcanzar, que incluso después de haberlo hecho realidad, sigo pensando que se tratara de un sueño. Pero en aquella ocasión, aquel sueño fue una de las más increíbles realidades que pude llegar a vivir en primera persona. Cada célula de mi cuerpo, cada milímetro de mi piel,
cada neurona de mi cerebro vivía en un continuo estado de excitación desde el día que supe a ciencia cierta que llevaría a cabo aquella ambiciosa aventura. Quizás ese fuera uno de los motivos de peso por el cual estaba sentado el aquel destartalado asiento con la inquietud y entusiasmo de un niño el día de Reyes.
Las puertas del avión se cerraron y el ronco sonido de las turbinas marcó el comienzo de nuestro periplo. Giré mi cabeza a un lado y al otro, arriba y abajo. Aquel habitáculo parecía más una estación espacial que un avión de mercancías.
Había 4 metros de altura hasta el techo de la cabina la cual estaba sin ningún tipo de revestimiento, mostrando en todo momento los entresijos de aquel gigantesco pájaro de acero. Decenas de cables, Tuberías y conductos recorrían el fuselaje interior de aquella aeronave. En la parte delantera nos
afanábamos las 40 personas que formábamos parte de aquella modesto pasaje que a su vez, compartíamos habitáculo con la carga que transportábamos dentro del avión. Una carga que cuanto menos, inspiraba poca seguridad que estuviera ahí. Decenas de barriles de queroseno y contenedores metálicos se apilaban entre nuestras mochilas.
Aquel extraño avión de carga ruso solo tenía dos pequeñas ventanillas de apenas 20cm de diámetro, las cuales estuvieron muy solicitadas durante el transcurso del vuelo, con lo que las 4 horas que duró el trayecto, las pasé deambulando por la cabina de un lado al otro esperando a que quedara libre la pequeña ventanilla para poder asomarme por ella y ver qué se abría a nuestros pies. Paseaba entre la zona de carga fisgoneando por cualquier mínimo recoveco que hubiera en el avión y observando a la gente que nos acompañaba en el vuelo. Esa fue quizás una de las curiosidades que más entretenido me mantuvo durante el viaje.
En la mayoría de las expediciones en las que había estado, siempre había compartido vuelo con gente con la que tenía algo muy importante en común, la pasión por escalar montañas. Sin embargo
en aquella ocasión, me costaba encontrar ese punto en común con toda aquella gente. La mayoría eran personas con un gran estatus social, millonarios o gente con un más que alto poder adquisitivo; como si no iba a haber podido pagar la que estaba considerada como la expedición más cara del mundo. En nuestro caso, nuestra ropa cubierta con los logotipos de todos nuestros patrocinadores, delataba que éramos los únicos a los que nos habían patrocinado para poder estar allí. Se trataba de nuestra quinta expedición dentro de nuestro “Proyecto 7 Cumbres Solidarias” y en aquella ocasión viajábamos al continente blanco, al único en el mundo que se encuentra inhabitado, al más frio e inhóspito del planeta, la Antártida. De repente, un miembro de la tripulación salió de la cabina de los pilotos y no esmerándose mucho con su pronunciación del inglés dijo algo que intuimos se refería a que estábamos a punto de aterrizar, con lo que todos apresuramos a sentarnos en aquellos viejos asientos. Pensar que teníamos que aterrizar en una pista de hielo con medio avión lleno de barriles de queroseno era cuanto menos inquietante.
Sin apenas visibilidad con el exterior era imposible intuir el momento exacto en el que tomaríamos definitivamente contacto con el suelo, lo cual añadía bastante más tensión al aterrizaje. Finalmente sentimos el primer impacto contra el suelo, ahora tocaba la ardua tarea de hacer frenar un avión cargado con toneladas de peso sobre una pista esculpida en el hielo.
Sin mayor demora el piloto, haciendo alarde de su pericia, puso los reactores en reversa para intentar frenar aquella gigantesca aeronave. El estruendo ronco de los motores, hizo vibrar hasta el ultimo cable del avión. Los pasajeros nos mirábamos asustados los unos a los otros como buscando
el consuelo en que el compañero de al lado nos dijera que todo estaba dentro de lo normal. Hasta que finalmente el avión se detuvo.
Mientras gran parte de los pasajeros intentábamos recuperar el aliento, nuevamente un miembro de la tripulación se puso frente a nosotros y nos informó de cómo sería el desembarco. La temperatura exterior rondaba los 13 grados bajo cero, algo bastante agradable como pudo añadir, y el día estaba soleado y con ausencia total de viento. Conforme nos iba explicando las pautas a seguir, íbamos equipándonos con la ropa de expedición.
Hasta que no estuvimos todos equipados y bien abrigados, no se dispuso a abrir la puerta del avión. Nuestro grado de excitación y euforia era máximo.
Aquel hombre giró un par de manivelas y empujo la puerta hacia el exterior, los rayos de luz fueron iluminando el tenue espacio interior del avión.
Intentando controlar mi estado de euforia, me fui acercando hasta la puerta manteniendo el orden, hasta que repentinamente se abrió ante mi la inmensidad del continente blanco. Una ligera brisa refrescó mi rosto cerciorándome así de que no se trataba de un sueño. Ante mi se habrían cientos de kilómetros de terreno helado totalmente virgen e inexplorado. En aquel preciso momento pude sentir algo parecido a lo que sintió Neil Armstrong cuando descendió del Apolo 11 y puso su primer pie en la luna.
Mientras iba reflexionando sobre aquello, comencé a descender lentamente las estrechas escalerillas metálicas, hasta que finalmente puse mi primer pie sobre el hielo. Sentí como
un cosquilleo subía por todo mi cuerpo hasta llegar a la cabeza; estaba en la Antártida, había conseguido hacer realidad el más ambicioso de mis sueños….
Allí, mientras intentaba contener las lágrimas de la emoción, esperé a mi compañero Juan. Cuando el consiguió bajar nos dimos un fuerte abrazo entre unas risas tontas causadas por una acumulación de sentimientos que iban exteriorizándose desde nuestro interior de las maneras más
espontaneas e inesperadas.
Para cuando conseguimos recuperar un estado normal de consciencia, vimos que todos ya habían partido caminando hacia el campamento de Patriot Hills, el cual se encontraba a poco menos de un kilometro de la pista de aterrizaje.
Patriot Hills es la única base no militar ni científica que se encuentra en la Antártida. Desde allí operan todas las expediciones comerciales que van hasta el Polo Sur, así como aquellas que parten hacia el Campo Base del Mount Vinson, la montaña más alta de la Antártida, nuestro destino final.
Tras 15 minutos caminando, llegamos a la base atravesando entre las carpas que formaban el campamento.
Seguimos los pasos del grupo hasta la carpa comedor y entramos en su interior. Allí nos fuimos sentando ordenadamente mientras nos despojábamos de algunas capas de ropa. Ante nosotros se presentó uno de los máximos responsables de la base que tras darnos la bienvenida, nos estuvo contando el funcionamiento y normas de la base, así como las pautas a tener en cuanta en la Antártida. Por aquel entonces mi inglés dejaba bastante que desear e intentaba afanarme al máximo en intentar entender aquellas explicaciones, aunque no tardé en dispersar mi atención ante la imposibilidad de deducir lo que estaba diciendo.
Con la mente absolutamente dispersa mire hacia un lado y vi que junto a mi había una enorme pizarra con un esquema del campamento. En él, aparecían las tiendas con los nombres de cada uno de sus ocupantes. Totalmente ausente a las explicaciones, me empecé a entretener buscando la tienda que ocuparíamos nosotros, pero me resultó extraño comprobar que nuestros nombres no estaban escritos en aquella pizarra, con lo que intente afanarme de nuevo en intentar atender a las explicaciones. Parecía que en esta ocasión si que me pareció entender parte sus palabras; “El tiempo es bueno en prácticamente todo el continente y las condiciones para volar son óptimas, es por ello que vamos a aprovechar estas condiciones meteorológicas y vamos a dar comienzo ahora mismo con los vuelos que parten hacia el Campo Base del Vinson. Los españoles partirán en el primer vuelo que saldrá en 20 min, así que, que vayan preparando sus equipajes y se acerquen con ellos hasta la avioneta que está tras esta carpa”
No podía creer lo que estaba escuchando, daba por hecho que algo debía de haber entendido mal, sin embargo al mirar a mi compañero y ver la cara que tenía, me di cuenta de que había entendido Perfectamente sus palabras.
- ¿Ha dicho que salimos ahora para el Vinson?
- Si, eso parece, nos vamos ya…
De nuevo se desató aquel caos de sentimientos, euforia y nerviosismo a apoderarse de mi. Apenas podía estarme quieto ni un segundo. Después de todo el trabajo que me había costado el poder recuperar la serenidad desde que puse el primer pie en el hielo y aquel hombre acababa de tirar todo mi trabajo al traste en lo que duraba una frase.
En cuanto intuí que la charla había finalizado y vi que la gente comenzaba a levantarse de sus asientos, salte del mío como un resorte y me apresuré hasta la puerta. Necesitaba localizar lo antes posible mis pertenecías.
Una motonieve había descargado todas las mochilas del avión y las había traído en un remolque hasta una pequeña explanada que se encontraba al lado de la tienda comedor.
No tardé en localizar la mía y echármela al hombro, luego busqué a Juan que andaba rebuscando nervioso entre el montón de mochilas.
- La tengo, ya la tengo, ¿Dónde está la avioneta?
- Creo que dijo que estaba detrás de la carpa, vamos a ver.
Apenas estábamos teniendo tiempo de asimilar todo lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor, una vorágine de emociones difíciles de controlar que cuando conseguíamos sosegar, se volvían a
incendiar con la aparición de una sorpresa aun mayor.
Para cuando pude parar un poco a intentar asimilar todo, ya estaba en el Campo Base del Vinson y allí, frente a mi se encontraba él, tan altivo e imponente, como desafiante. Con su estructura piramidal se alzaba por encima de las nubes. Sus glaciares cimeros emergían desde lo más alto trazando un abrupto camino descendente que llegaba hasta mis pies. Era el día de fin de año y jamás habría podido pensar ni en el más ambicioso de mis sueños, que algún día llegaría a finalizar el año de una manera tan mágica. Me sentía tremendamente afortunado por estar allí viviendo y sintiendo aquello.
Días más tarde, aprovechamos una ventana de buen tiempo para salir del campo base y comenzar nuestro periplo hacia la cima más alta del continente.
Conseguimos llegar hasta el campo 1 sin mayores problemas que los ocasionados por el cansancio acumulado de acarrear durante 6 horas las pesadas cargas que llevábamos distribuidas entre la mochila y la pulka, un pequeño trineo que arrastrábamos tras nosotros.
Preparar el campamento era una tarea bastante laboriosa. Nada podría dejarse a la improvisación, cualquier maniobra tenia que ser estudiada al milímetro para evitar cometer el más mínimo error.
Trabajar con las manoplas y todas esas capas de ropa, hacia que hasta la más sencilla de las tareas, fuera todo un logro conseguir sacar a delante.
Pese a gozar de 24 horas de luz solar al día y una ausencia total de viento, la temperatura media en los días soleados rondaba los 25o bajo cero y a esa temperatura tenias que tener muchísimo cuidado con todo; donde llevar el agua para que no se te congelara en cuestión de segundos, cómo atarte las botas, abrocharte la chaqueta o montar la tienda sin quitarte los guantes. Hasta la más sencilla de las maniobras se convertía en toda una odisea y cualquier parte de tu cuerpo que descuidases al exterior, corría en riesgo de sufrir congelaciones en cuestión de minutos.
En aquella situación todo se hacía muy complicado y laborioso y para cualquier maniobra necesitabas tres veces más tiempo y concentración del que necesitarías en una situación normal.
Tuvimos que permanecer dos días aislados en el campo 1. Los fuertes vientos que se intuían por las zonas altas de la montaña cercanas al campo 2 no nos habían dejado continuar con la ascensión.
Frente a nosotros se alzaba una imponente ladera de hielo puro de 1.500 metros de desnivel. Los remolinos de nieve venteada que se divisaban en la lejanía, delataban los fuertes vientos que se estaban formando en las zonas altas de la ruta. Aquello hacia muy arriesgado el intentar llegar hasta
el campamento de altura.
Pero al tercer día nuestra suerte cambió, los vientos amainaron y vimos el momento oportuno para poder intentar alcanzar el siguiente campamento. Sin mayor demora, desmontamos minuciosamente nuestro campamento y cargamos todo en nuestras mochilas. Desafortunadamente para nosotros, la fuerte inclinación de la ladera que teníamos que ascender, impedía que
pudiéramos seguir transportando nuestro material en las pulkas, con lo que tuvimos que cargar con todo a nuestros hombros.
A los 20 minutos de nuestra partida llegamos hasta el principio de las cuerdas fijas. Tan sólo con alzar la vista frente a nosotros, pude hacerme una idea de lo dura que iba a ser la jornada que teníamos por delante.
Por la empinada ladera de hielo, transcurría aquella insignificante cuerda estática naranja que se intuía llegaba hasta lo más alto de la empinada pendiente, mucho más allá de donde la vista llegaba a alcanzar.
Durante las siguientes 5 horas anduvimos ascendiendo atados a aquel cordón umbilical que nos llevaría hasta el campo de altura situado por encima de los 4.000 metros de altitud. Después de varias horas de un extenuante esfuerzo conseguimos llegar hasta la última estaca que
marcaba el final de las cuerdas fijas, a partir de aquí tendríamos que continuar por unas laderas con algo menos de inclinación hasta llegar al emplazamiento donde montaríamos el Campo 2.
Nuestro paso hasta este punto había sido más lento de lo esperado y para cuando llegamos al final de las cuerdas fijas las condiciones habían empeorado más de lo esperado. Un fuerte viento proveniente de la ladera contraria por la que habíamos estado ascendiendo azotaba con fuerza la montaña. El frio era tan intenso como alarmarte, en pocos minutos la sensación térmica cayó en picado hasta los 55 grados bajo cero. Debíamos de salir de ahí cuanto antes y llegar lo más rápido posible al campo 2.
En la temporada de escalada del Vinson, suelen ir dos expediciones por quincena, con lo que la agencia que se encarga de la logística en el Mount Vinson monta depósitos de material en los lugares donde se emplaza cada uno de los campamentos de la ruta. Esta estrategia favorece mucho a la hora de no tener que portear entre campamentos con determinado material como las tiendas, el combustible o los utensilios de cocinar. Estos quedan enterrados en un depósito en el lugar donde se emplazaría el campamento. De manera que tan solo has de llegar al campamento, localizar el depósito y desenterrar el material. Esta estrategia, pese a parecer cómoda, tenia sus inconvenientes ya que si ocurría cualquier contratiempo o había un cambio repentino en la meteorología, no habría lugar alguno donde protegernos, ni la posibilidad de montar un campamento intermedio para refugiarse del frio, viéndonos obligados a llegar hasta el depósito en unas condiciones realmente extremas.
El cielo estaba totalmente despejado, sin embargo el fuerte viento levantaba con fuerza la nieve del suelo y creaba torbellinos formados por minúsculas agujas de hielo que se te clavaban en el más mínimo espacio que tuvieras al descubierto.
Cubrí con mi ropa hasta el último milímetro de mi rostro y me ceñí las gafas de ventisca contra la cara para que nada quedase expuesto ante aquel infierno blanco que estábamos atravesando.
Apenas podíamos comunicarnos entre nosotros, la distancia de seguridad que habíamos dejado a encordarnos ante la posible aparición de grietas ocultas era bastante grande y esto hacía que nuestra comunicación se limitase a lo estrictamente imprescindible.
Desde que habíamos abandonado las cuerdas fijas, había empezado a notar una mayor tensión en la cuerda que me unía a mi compañero Juan. Su ritmo había ido disminuyendo paulatinamente y cada vez caminaba con mayor lentitud. Encerrados en mitad de aquella tormenta, a esas temperaturas, teníamos que intentar hacer el esfuerzo de acelerar nuestro paso para poder llegar cuanto antes al campamento. Pero con cada paso que daba, cada vez iba notando una mayor tensión en la cuerda.
Juan caminaba cada vez más despacio y la situación empezaba a ser bastante alarmante.
Extenuado y cabizbajo iba haciendo un gran esfuerzo con cada paso que daba, la cuerda estaba cada vez más tensa y notaba cómo con cada paso, iba tirando cada vez más de mi compañero. Apenas podía comunicarme con él, con lo que empeñé toda mi energía en intentar avanzar. Mi campo de visión era muy limitado, tenía el rostro totalmente cubierto y en ocasiones tenia que ayudarme de los bastones para no perder el equilibrio con algunas ráfagas de viento. La pesada mochila, sumada al cansancio, me obligaban a llevar una postura encorvada en la que apenas veía mas allá de mis pies y el lugar donde clavar mis bastones. El esfuerzo cada vez se hacía mayor y el miedo a lo que nos podría suceder sino alcanzábamos cuanto antes aquel campamento, empezaba a apoderarse demi ser. Sabía que si no salíamos de ahí cuanto antes lo pagaríamos muy caro y me afané en intentar no bajar mi ritmo.
La cuerda que nos unía a Juan y a mi estaba tan tensa, que en los 12 metros que nos distaban, apenas tocaba el suelo. Mi preocupación iba aumentado, con cada paso que daba el esfuerzo que tenia que hacer para ir tirando de él, era cada vez más grande y las 6 horas que llevábamos ascendiendo, sumadas a la altitud, la falta de hidratación y la fatiga, hacia que mi rendimiento estuviera bajo mínimos.
Había momentos en los que Juan se paraba a intentar recuperar el aliento, algo de lo que me percataba rápidamente al notar en la cuerda una tensión mayor de lo normal. Con un fuerte tirón en la misma, le obligaba rápidamente a reanudar el paso. Cada poco tiempo realizaba esta maniobra
con el fin de que no se detuviera, pero en cierta ocasión note como con aquel fuerte tirón de la cuerda no conseguía hacerle reanudar nuevamente el paso. Volví a tirar con más fuerza, pero aquel esfuerzo fue en vano. Me giré hacia atrás para ver lo que estaba sucediendo y allí le vi, apoyado sobre sus bastones, extenuado. Con rostro totalmente tapado levantó lentamente la cabeza y con una voz tenue me gritó; – No puedo más, ya no puedo seguir caminando.
Al escuchar aquellas palabras el corazón me dio un vuelco y la ira invadió hasta la última célula de mi cuerpo; en un primer momento pensé que si no salíamos cuanto antes, moriríamos allí congelados. Pero no quería dejarme invadir por malos pensamientos, estaba muy asustado y no quería pensar en que nada de eso pudiera suceder. Pensé que tal vez, si me desencordaba de la cuerda que me unía a Juan y conseguía llegar hasta el deposito del campo 2, podría recoger una tienda y traerla hasta aquel punto para podernos refugiar del viento. Pero rápido me di cuenta que si hacia eso, para cuando llegase nuevamente hasta donde él se encontraba, podría ser demasiado tarde.
Sumido por la furia interior que tenia, pegué otro fuerte tirón de la cuerda mientras animaba a Juan a continuar. Apenas dio un par de pasos más y cayó de rodillas sobre el suelo. Debilitado y frustrado de impotencia apoyé una de mis rodillas sobre la nieve. Tan solo alcanzaba a escuchar el sonido de mi extenuante respiración emerger a través de aquel escarchado pañuelo que cubría mi boca. A mi mente no paraban de venirle posibles desenlaces que podría tener aquella historia sino le poníamos rápidamente un remedio, sabía que como no consiguiera controlar mi mente y concentrarme únicamente en lo que tenia que hacer, yo también estaría perdido.
En aquel preciso momento me acordé de aquel amuleto que me habían dado antes de partir para la Antártida, aquel cuarzo cristalizado que durante todos estos días había llevado colgado de mi cuello. Igualmente me acordé de las palabras que me dijeron cuando me lo entregaron; “ si en algún momento las cosas se complican, agárralo con firmeza”
Hasta la fecha me había considerado una persona bastante agnóstica y en parte poco conexionada con mi parte espiritual, pero llegados a esa situación, necesitaba creer en algo más de lo que había creído hasta el momento, para intentar salir de aquella situación el la que me encontraba. Con mi manopla palpé mi pecho hasta que conseguí sentir aquel amuleto. Mientras empujaba con fuerza contra mi pecho aquella piedra de cristal, me dije para mi; -“esto no puede ser el final”.
Lentamente me fui incorporando conforme iba repitiendo una y otra vez aquella frase. Para cuando conseguí incorporarme del todo, me di cuenta de que en algún momento, sin percatarme, la frase ya se había tornado en “esto no va a ser el final”.
Estando ya de pie, un fuerte sentimiento de rabia e indignación inundó toda mi mente. Giré la cabeza y miré a Juan que lentamente se afanaba en intentar incorporarse.
Con una voz tajante le grité; – Vamos Juan, vamos a salir de aquí ya.
Mientras giraba mi cuerpo nuevamente frente a la pendiente quité mi mano del pecho y volví nuevamente a agarrar el bastón con más fuerza que de costumbre y di el primer paso. Nuevamente noté que me frenaba la tensión de la cuerda, entonces me balanceé ligeramente hacia atrás, cogí impulso y di un nuevo paso con mucha más fuerza y determinación que el anterior, y otro más y otro. Así, poco a poco fuimos reanudando el paso. Sentía como iba tirando de mi compañero el cual se afanaba para intentar seguir mi ritmo marcado, estábamos avanzando.
No conseguía saber de donde había conseguido sacar aquellas fuerzas, no solo para poder continuar en aquellas condiciones, sino que a la vez estaba remolcando a mi compañero ladera arriba. Mi sentimiento era de cólera e indignación, estaba realmente enfadado de pensar que la historia pudiera terminar ahí y aquello me enfurecía muchísimo. No iba a permitirlo y aquella resignación me daba las fuerzas que necesitaba para continuar.
Una hora más tarde, totalmente extasiados, conseguíamos llegar hasta el campo 2.
Recuperé los metros de cuerda que durante todo el día me habían distanciado de mi compañero y por fin pudimos darnos un abrazo, sus lágrimas se iban congelando a la vez que iban cayendo por rostro desencajado hasta que finalmente caían en forma de hielo sobre el suelo. No tuvimos mucho tiempo para celebraciones. Juan sufría congelaciones en una mano y teníamos que resguardarnos cuanto antes.
En aquel campamento permanecimos aislados durante dos días más esperando a que los fuertes vientos amainaran. Aquel tiempo fue suficiente para descansar, recuperar las fuerzas e intentar
curar las congelaciones de Juan. Sin embargo tenia la sensación de que aquella experiencia tan extrema, me había dejado una espina clavada; muchos sentimientos contradictorios invadían mi mente y no conseguía llegar a una conclusión final. Necesitaba encontrar respuesta a cientos de
preguntas que asaltaban mi mente. Intentaba ser práctico y no darle muchas más vueltas al asunto, ya estábamos a salvo, al abrigo y resguardo de nuestra tienda en el campamento 2 y por el momento no teníamos nada de lo que preocuparnos. Sin embargo había algo en lo más profundo de mi, que aún me seguía preocupando, un sentimiento que no conseguía mitigar. Había estado tan cerca de perderlo todo que en parte no conseguía reconciliarme conmigo mismo, era como si mis sentimientos se hubieran dividido en dos y una parte de ellos estuviera reprimiendo a la otra por todo lo sucedido.
Durante aquellos dos días, apenas pudimos salir de nuestra tienda a causa del fuerte viento que azotaba las laderas de la montaña.
Pasaba las horas tumbado boca arriba dentro de mi saco de dormir, agarrando y observando con curiosidad aquel cuarzo cristalizado que colgaba de mi cuello.
Ante mi surgía una gran incertidumbre. Después de todo lo acontecido me sentía condicionado con o que sabia que podría haber esperándonos al otro lado de la tela de nuestra tienda y dudaba en si para cuando pudiéramos salir, sería mejor hacerlo dirección a la cumbre o probar a perder altura
cuanto antes intentando regresar al abrigo del campo base.
Fueron dos días muy intensos haciéndome una y otra vez las mismas preguntas.
Si algo me había quedado claro es que la Antártida no era un lugar para pesimistas y que de alguna manera tenia que volver a recuperar la motivación que días atrás había quedado congelada en las laderas cercanas al campo 2. Ahí más que en ninguna otra montaña en el planeta, teníamos que ser totalmente autosuficientes; me encontraba en el lugar más frio, aislado y remoto del planeta, a cientos de kilómetros a la redonda del más mínimo vestigio de vida.
¿Hasta que punto merecía la pena jugarse la vida por intentar alcanzar aquel sueño?
Al tercer día de aislamiento el viento abandono las laderas de la montaña, por delante apenas teníamos asegurados un día de buen tiempo, con lo que tuvimos que ser determinantes con la decisión que tomar.
Una vez recogido todo, nos equipamos con todo el valor que a duras penas habíamos conseguido recargar durante esos dos días de aislamiento y abrimos con determinación la cremallera de nuestra tienda. Sabía que no se trataba de una decisión fácil la que habíamos tomado, pero estaba totalmente convencido de que se trataba de la decisión más coherente que teníamos que tomar dadas las circunstancias. Así que antes de ponerme los guantes, agarré fuertemente mi cuarzo, cerré los ojos y respiré con profundidad. Una vez en el exterior dirigimos nuestros pasos hacia lo que creíamos que era nuestro destino, nuestro compromiso, lo que en aquel preciso momento nos dictaba nuestro corazón.
“El 6 de enero de 2010 Juan y Pablo conseguían llegar hasta los 4.897metros de altitud, el techo del continente Antártico, la cima del Mount Vinson. Recibiendo así el mayor regalo de reyes que todo niño pudiera desear, hacer realidad el mayor y el más ambicioso de los sueños que sus mentes un día se atrevieron a imaginar ”.
Trailer de la película «VINSON, LA MONTAÑA DE CRISTAL»